miércoles, 8 de enero de 2014

¡Qué hermoso era un día hermoso!

Un recuerdo ridículo y conmovedor: el primer salón en que me presenté, a los diecisiete años, solo y sin apoyo; la mirada de una mujer bastaba para intimidarme.  Cuando más me esforzaba por agradar, más torpe resultaba.  Me hacía las más falsas ideas sobre todas las cosas; o me entregaba sin motivo, o veía en cada hombre un enemigo porque me había mirado con cierto aire serio.  Pero en cambio, en medio de las tremendas desdichas de mi timidez, ¡qué hermoso era un día hermoso!
KANT






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